Estamos condenados; los síntomas son elocuentes: doce diarios se compinchan defendiendo en una editorial la dignidad de Cataluña, y los barrios de nuestras ciudades relucen con pancartas que esconden los tiestos de flores, "Volem un barri digne!!!". Los ciudadanos de nuestro país enferman de indignidad y nosotros sin enterarnos; leemos asombrados esos requiebros morales que afectan a nuestras conciencias. Es un caso bíblico: Luzbel, el mas bello de los ángeles, quiso superar en dignidad a Yahvéh lo cual le convirtió en Lucifer (el gerente del infierno) hasta el final de los tiempos; nosotros, ciudadanos de Cataluña, nos sentimos agredidos en nuestra racionalidad y libertad por los secuaces del nacionalismo que nos conducen en cuerda de presos a las mazmorras del pensamiento único. Como los antigüos esclavos africanos, o los judios en la Alemania nazi (a los cuales se les consideraba hombres de tercera categoría), se nos despoja de nuestra dignidad personal (derecho individual) en aras de la dignidad o construcción nacional (negando nuestra alma o espíritu independiente) como objetos animados que tienen que subordinarse sumisos al interés colectivo de forma inexorable. De esa manera nuestra respetabilidad y autoestima, la consideración propia, nuestra inteligencia crítica desaparece ante la tecnología de la comunicación y la agresividad del poder legal. Avanzamos hacia un modelo social sojuzgado, predeterminado por "el gran hermano" orweliano, un mundo totalitario bajo formas democráticas. Estas pancartas plastificadas, de similar tamaño todas, distribuidas a miles por los barrios de nuestras ciudades, dan una imagen de ciudadanía clonada en los laboratorios oficiales, parece incluso que anticipan, preparando el terreno, la acción municipal en el pueblo, barrio o distrito, vistiendo el proceso político de movimiento vecinal autónomo y representativo (hoy las AAVV son meras agencias institucionales), es más, cabría preguntarse si las cuatro empresas (un negocio protegido por los socialistas) que se encargan de fabricar los carteles de rehabilitación de las fachadas de la ciudad (cubriendo los andamios como premio municipal), son los fabricantes y distribuidores de esos carteles vecinales. ¿Qué afecta a la dignidad de los ciudadanos del Poble Sec, Gotic, Raval, Pza. de las Glorias, la Ribera, Barceloneta, el Carmelo, Sants-Montjuic, Gracia, etc.?, ¿la evolución de los barrios en sí, las remodelaciones municipales, los robos y agresiones, la miseria, la prostitución, los turistas, los pakis y moros, los negocios irregulares, la música, las mezquitas, los inmigrantes sin papeles, las drogas, los asaltos a viviendas, las peleas y violencia, la falta de servicios, las terrazas, los okupas, el color de las razas, etc? Porque de todo eso hay y mucho en nuestros barrios y en nuestra región. La respuesta aparece sesgada por el estereotipo en algunas noticias de diario, abriendo la publicidad municipal o de la oposición (sobre los problemas de nuestras ciudades). En la calle nada, ninguna manifestación, ninguna asamblea, no hay debate social, nadie agita o se mueve, todo queda para las reuniones del distrito en donde los fantasmas que hay detras del pancartismo tienen la facultad legal de hacerse oir o notar (y ser recibidos por los notables del sistema). Quieren un barrio digno, lo que puede traducirse en un lugar en donde los ciudadanos tengan cubierta su seguridad, respetabilidad y libertad. ¡Mimos de baratillo! ¡Menuda utopía!. En nuestro Lazarillo de Tormes, la dignidad del Hidalgo (pura apariencia, en su pobreza harapienta), la cubre Lázaro repartiendo con él los mendrugos de pan que consigue de la limosna ajena. Es lo que ocurre con los ciudadanos catalanes, cuatro mendrugos (sobras del sabroso banquete de unos pocos) cubren nuestra desnudez y pobreza. Con la inconcreción del "Volem un barri digne!!!" establecemos la etérea realidad reivindicativa y social catalana puro reflejo de un estilo de ser y de vida, una pantomima.
lunes, 8 de febrero de 2010
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