El tópico de que el nacionalismo se cura viajando parece confirmarse si la meta es llegar a esta localidad, capital agrícola del sureste de España. Los comerciantes catalanes bajaban y bajan hacia el sur para vender sus productos textiles, ganaderos e industriales, instalar sus empresas o explotar sus recursos (la Caixa con muchas oficinas locales recoge gran parte del capital de la zona) y subían a rendir resultados o a descansar en el domicilio social de partida. En una situación de acidez permanente, de frigidez, en las relaciones catalano-españolas resulta un alivio pasar unos días en una capital que se siente orgullosamente española ligada por inaprensibles lazos familiares con la Cataluña no nacionalista de la que se siente fraternalmente solidaria (a comienzos de los setenta había mas almerienses en Cataluña que en la provincia de origen), olvidando su histórico abandono. Sorprendentemente la sensación de llegada se traduce en ascenso ante la nitidez de su cielo, el reflejo del mar que la enfrenta a Africa, la amabilidad ciudadana y la ausencia de contaminación de su casco antigüo; te encuentras escalando por la ladera de una milenaria historia hacia el descanso y la alegría vital del entorno en una especie de celeste paraiso mediterraneo (su toponímico espejo del mar es acertado, doy fe). Trabamos conocimiento cuando realizaba la instrucción militar en el campamento de Viator (CIR6) y los fines de semana nos esparciamos en sus calles, librerías, bares y paseos (un pueblo lleno de boinas, mujeres enlutadas, de sabor rural, pleno de tabardos militares, actores de cine internacionales, extras y pocos turistas); la ciudad comenzaba a ser conocida por los espagueti western en sus fantásticos escenarios naturales del desierto de Tabernas y por algunas grandes superproductoras americanas. Al cargadero (Cable Inglés) llegaba un sofocado trenecillo cargando de mineral y los barcos esperaban su turno en la bocana del puerto; enormes pilas de sal se acumulaban en los muelles, junto al Correo de Melilla, y al fondo la importante flota pesquera que yace junto al hermoso barrio de Pescadería (en cuya conjunción existía un bar maravilloso). Actualmente mas allá de la antigüa riera (del Andarax?) que avanzaba paralela al camino de Murcia ( tapada hoy por una ostentosa y marmórea Rambla de gusto dudoso) ha crecido una ciudad inmobiliaria, como tantas, de altos edificios, un muermo de barrios cerrados y un extraradio obrero, jornalero y campesino (que une sin interrupción algunos caserios con zonas residenciales) y que ha multiplicado la población por cuatro. A estos nuevos espacios han trasladado su interés inversor (infraestructuras, jardines, servicios sanitarios, etc.) las autoridades autonónomicas, provinciales y locales. En Almería, donde florece el limonero, entre un mar de plásticos dedicados al cultivo de tomate o pimientos, se nota que esa nueva fuente de riqueza, ese oro agricola, ha generado un peligro cambio cultural: ese afan por la imitación, la grandeza de la nueva arquitectura española, la obra civil arbitraria, en detrimento de lo propio, de la autenticidad cultural (arquitectónica, urbana) que se retroalimenta y se proyecta hacia adelante. Mi decepción está en ese abandono, ese desprecio hacia el tesoro cultural que rodea a la Almeria ocre de la Almedina, de los alrededores de la puerta de Puchena, o del Paseo y el Mercado de Abastos (en reformas). La Alcazaba luce en la noche engalanada por una acertada iluminación nocturna (desde sus almenas se dominan por oriente las playas y salitreras de Cabo de Gata, y por occidente la zona de Roquetas y los campos de Aguadulce); en su interior el trabajo arqueológico (puramente teórico) centrado en la zona residencial árabe, construida en ladrillo y arenisca, se desmorona a ojos vistas ante la incuria de los estamentos oficiales; de la ampliación cristiana mejor callar; las murallas de Jairán que conducen al castillo templario del monte de S. Cristobal (con cuatro torreones en abandonado estado ruinoso, reclaman justicia) enmarcan una zona inmensa de chumberas surcada de caminos, fabulosa en su esplendor, semidesértica, corona un casco antiguo y una plaza consistorial de la Constitución en constantes obras (sería un espacio ideal para construir un gran parque urbano que sirviera de pulmón central, enorgulleciendo la contemplación de la fortaleza). Todo se deteriora, se enmohece y cae. El bellísimo barrio de la Al-Medina (entre calle la Reina y Rambla la Chanca), para mi el conjunto urbano principal crecido alrededor de la la antigüa mezquita mayor (iglesia de S,Juan) cuenta con unas fabuloso callejero de casas encaradas hacia el puerto (llegando la fachada del conjunto al Paseo), cruces y alineaciones que desembocan en la Alcazaba sirviendo de observatorio hacia el mar (enjoyadas con palomares particulares que llenan el cielo de armónicos vuelos), ha sido pasto de la piqueta municipal, restringuiendose las vistas, destruyendo hermosos edificios, calles enteras (las modernas construcciones son espantosas). La Chanca, barriada popular de cuevas encaladas en la falda de la fortaleza y en los montes cercanos ha desaparecido por completo sustituida por cajas de cerillas de chillones colores entre escombros. Lo que fué la primitiva juderia, las atarazanas, el barrio de mercaderes, los obradores, la ciudad fundadora ha desaparecido ante la desidia institucional. Los almerienses de espaldas a su pasado miran hacia otros horizontes, intentando construir sin gracia en los solares, todos los edificios caen (uno entre diez se salva), todo parece enterrado bajo las losas de mármol blancamente pulido (de Macael) de los nuevos monumentos y paseos enfocando hacia la centralidad de un nuevo distrito. Estan construyendo la nueva Almería a tono con la nueva España. Las avinagradas relaciones catalano-españolas, cuentan con la inhibición de la ignorancia de una ciudadanía que busca su identidad en lo nuevo, en la imitación acrítica (en ese sentido lo español ha pasado de moda). Esparcidos aquí y allá quedan olvidados sus grandes edificios civiles y religiosos, los inmigrantes andaluces no cuentan para el futuro (se han perdido y bien están donde están). Paseando por el emporio moderno, junto a un Palacio de Deportes (muy a lo catalán), leo una pintada alusiva "España, cárcel de pueblos". Fabulosa Almeria, cuánto te queda por aprender de los peligros comunes (si la Cataluña imperial y nacionalista no piensa en tí, por favor no ejerzas de redentora contra tus propios paisanos). El olor de Almería nos acaricia, alivía nuestras preocupaciones y penas, perfuma nuestros pulmones, sus árboles viejos nos aconsejan, hermanada la chabacaneria popular con la propia: es el nuevo pasotismo de generaciones que sabiendolo todo de nada saben.
miércoles, 6 de enero de 2010
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