Como una gran araña de bellos colores estridentes el nacionalismo teje sus redes en nuestras agitadas selvas amazónicas escondiendo su ponzoñosa ideología a los 7,5 millones de habitantes de una comunidad acomodaticia y por tanto inerte; el presunto vencedor de la contienda electoral de noviembre, Artur Mas, representante del nacionalismo que ha modelado nuestra sociedad sigue en sus enunciados políticos el principio leninista de un paso atrás para coger impulso y saltar dos pasos adelante, lo que viene a significar evolucionar desde el discurso autonomista al disgregacionista sobrepasando tácticamente, al menos en la realidad actual, la utopía independentista de nuestra desnortada izquierda. Lo ha dejado claro en su discurso ante el Cercle d'Economia el pasado jueves, "Ha llegado el momento en el que los catalanes (nos mete a todos en el roñoso saco nacionalista) nos fijemos como objetivo administrar los recursos que genera nuestro país"; como aclaró, se refería a la reivindicación del "concierto económico" que como vieja fórmula "no puede ser inconstitucional porque hay zonas que lo disfrutan, y suponemos que si otros lo queremos también podemos conseguirlo" en alusión a los privilegios forales de Navarra y Vascongadas; la preeminencia económica es una reformulada visión nacionalista de la consigna Pel dret a decidir que según el "hereu" Mas en su traducción fiscal puede abarcar uniendo a todos los catalanes (los desconfiados castellanohablantes del cinturón industrial con los catalanes de "socarrel" del agro interior); la idea es obvia, inocular el veneno del desencanto institucional entre la población, especialmente entre la ciudadanía mas castigada por la crisis (obreros, menestrales y ancianos) para abrir un frente antiestatal que sumando marginación y pobreza de como resultado un enfrentamiento o alejamiento cívico, sin solución de retorno (pues es bien sabido que la gente confía ciegamente en quien les ofrezca seguridad para el futuro). Rodeado de esa burguesía culta del "Cercle" y de militantes que llenaban la sala de actos, prometió cínicamente jugarse su futuro político en el desafío de reducir la "inflación de leyes y normas administrativas y evitar la creación de nuevas administraciones", tal y como hemos visto con el gobierno del tripartito, y sacar adelante todas las infraestructuras necesarias (cuarto cinturon, la línea electrica de Muy Alta Tensión -MAT- que debe unir Francia con BCN, etc.); para Mas, el consenso (bueno en sí) no es eterno, en un momento determinado tiene que convertirse en una corajuda acción de gobierno (si cabe en forma unilateral). Entre traspieses justificó el electoral cambio político de CiU respecto al Plan Hidrológico Nacional (de ser partidarios del plan eleborado por el gobierno Aznar, la federación nacionalista pasó a la posición contraria); aunque desde mi punto de vista, cuando verdaderamente se apagó el brillo colorista de su exposición estuvo en la contestación a una pregunta de los reunidos sobre la localización final del almacen temporal centralizado de residuos radioactivos, ACT, (que defiende para su pueblo el alcalde convergente de Ascó) y que oficialmente CiU rechaza; la contestación de "La Máscara" no tiene desperdicio: "El impacto de las infraestructuras nucleares se debe repartir, sobre todo en los grandes consumidores. Y la Comunidad de Madrid es un gran consumidor". Ergo. Y el tio se quedó tan fresco.
sábado, 20 de marzo de 2010
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